jueves, 29 de enero de 2009

Anónimo.

Construías tus acordes en el anonimato de una calle de primavera. Componías tus palabras dictadas por los labios de tu propio origen. Inventabas el ingenio entre la risa de un pequeño mundo.
Anónimo, llenabas el paso cansino de paseantes a ninguna parte. Interrumpías el rumbo indefinido de cuerpos casi pasivos. Volvías las miradas hacia un origen inesperado.
Durante unos minutos, fuiste capaz de llevarme hasta tus voces. Fuiste capaz de perderme en esa realidad inexistente, de olvidar mi materia y de quedarme sólo con tus formas etéreas. Durante unos minutos, me perdí, completamente perdido en el ingenio, en la risa de un pequeño mundo.

domingo, 25 de enero de 2009

Perder, tener, necesitar, prescindir.

Perdí la pasión un invierno demasiado frío. Y, desde entonces, mi cuerpo se niega a informarme de lo que ocurre en el mundo. Presiento, que perdí también el viento, el sonido del transcurso del tiempo, los olores de tus palabras. Perdí la vida un invierno demasiado frío.
Tengo la impresión que desde entonces, no te tengo. Que la cuestión es tenerte o no tenerte, porque sin ti, ser no es importante. Tengo la manía de rebuscarte en mis ideas, pero mis ideas me dicen que no son recuerdos, que mi imaginación me engaña y que el mundo, el de dentro y el de fuera, es un mundo que perdió la memoria.
Necesito decidirme. Necesito coordinarme con tus gestos, para bailar acompasados. Necesito un mundo llamado Tú, como eras. Necesito que me ignores, que me cambies, que nunca me toques... pero que estés.
Puedo prescindir del resto. De la realidad, de los años, de las arrugas, de la distancia, incluso de mis textos. Prescindir es de sabios. Sobre todo cuando sabes, que nunca prescindiría de tu aliento.

viernes, 16 de enero de 2009

Luna

Mis ciclos vitales se alternan sin orden ni regularidad. Paso de la vida a la muerte, de la muerte a la vida sin horario y sin fechas. Dormito en mi ataúd durante semanas y emerjo como una explosión sin previo aviso.
En los períodos de implosión recreo el mundo, yo hago al mundo contra su propia realidad. En la explosión quiero comérmelo, devorarlo,  hacerlo mío de la manera más rápida y drástica posible. Robarlo, secuestrarlo, destruirlo en el torbellino incontrolable de mi propia involuntad.
Por el camino engullo y vomito toda la realidad que me rodea. Engullo y vomito sin orden y sin regularidad, arraso sin compasión a los que me rodean para volver más tarde, quizá a los días, a pedirles auxilio.
En mi última estación viví mi minuto de gloria. A mi alrededor -alrededor de mi tumba de ensoñaciones aplastantes- aplaudían, reían, me observaban y elogiaban mi muerte como si fuera el triunfo de la vida. Extraña sensación entre la naúsea y el deseo, entre lo lejano y lo más íntimo, entre el rechazo y la necesidad. Un minuto eterno que se acabó demasiado pronto. Cuándo aprenderé a superar las contradicciones. Quizá sea imposible.
Mientras iba y venía sólo luna vino a llamar a mi puerta. Siempre ahí a veces diáfana, a veces oculta. Presente desde la modestia y la prudencia, esperando que volviera a la vida.

miércoles, 7 de enero de 2009

Una docena de frases.

Sólo tengo un minuto. Un minuto para expresar mi impotencia, una docena de frases para mostrar mi desesperanza.
Se me escapa de las manos, se me pierde cerrado y oscuro sin dejarme entrar en sus pensamientos. Se me va lejano cuando todavía sin darse cuenta tiende su mano junto a la mía. Me rechaza con su gestos cuando, contra su voluntad, se impulsa apoyado en mi fuerza.
Inventa mil secretos para ocultarse a mis ojos. Esconde sus dudas en el fondo de sus pensamientos, creyendo que para mí son incomprensibles. A cal y canto disfraza sus risas y sus llantos para desconcertar mi ya casi obsesivo afán por encontrarlo.
A medio camino de no se sabe que ruta, quiere salir huyendo; huyendo y perdido. Perdido, indeciso, desorientado. Seguridad insegura, libertad encadenda a miles de sueños: unos  difíciles, otros imposibles.
Lo veo tan débil, lo toco tan frágil, lo escucho tan lejos, lo huelo tan cerca. Todavía tengo el sabor de su piel pidiéndome vientos. Apenas una docena de frases para mostrar mi desesperanza.

viernes, 2 de enero de 2009

Me enseñaste.

Pensaba que yo era la clave y alrededor, se sujetaban muy apretadas el resto de las piezas. Creía que sabía, que el mundo era mi mundo, que las palabras eran mis palabras. 
Había oído hablar de ese entramado, de esa red con multitud de puntos entrecruzados, todos iguales, ninguno más arriba ni más abajo. Me habían contado esa historia de múltiples perspectivas diferentes de lo mismo... pero eran teorías.
Tuve que viajar, tuve que leer, tuve que navegar, que escuchar, que observar, que tragarme mi orgullo, que reconocer mi ignorancia. Tuve que contemplar otras historias, que escuchar otras letras, que beber otras penas.
Ahora siento la tentación de callarme, porque al hablar no escucho, al hablar no aprendo. Me veo incapaz de debatir, de confrontar, de comparar... porque en esta maraña de conciencias, de puntos de vista, de pareceres, sólo soy un ruido parcial y oscuro, equivocado en no sé que parte.
Me enseñaste en tu humildad mi pobreza, en tu sencillez mi altanería, en tu sonrisa mi tragedia. Me mostrarte en tu vida cotidiana mi fracaso, en tus palabras mis galimatías, en tu respeto mi falsa modestia.
Ahora siento la tentación de callarme o al menos de hablar más bajo, siento la tentación de no ser casi nada y de aprender de nuevo.