domingo, 22 de junio de 2014

Qué será de mi.

Imagino a los arqueólogos de dentro de mil años. Habrán cambiado sus cepillitos para limpiar huesos por artilugios impensables ahora, y sus yacimientos embarrados habrán sido sustituidos por millones de restos que en discos duros y servidores prehistóricos guardarán algo de nuestra anodina vida.
Una frase de aquí, quizá un blog completo de allá, se convertirán en un gran congreso sobre la vida cotidiana al principio del tercer milenio milenio.
Quizá entonces "el naufrago" sea una especie de Atapuerca. O seguramente mucho antes, compartiré la no vida con la nada.
Pero qué somos, qué seremos, ¿qué quedará de nosotros cuando hayamos sido olvidados?
El árbol, el libro y el hijo que según dicen tenemos que tener antes de morir, forman ese trío porque nos sobrevive, son nuestros: nuestro árbol, nuestro libro, nuestro hijo. Eso seré: sólo lo que quede y sólo mientras quede, sólo mientras tenga significado para alguien.
Por eso el tiempo, mi tiempo, sólo interrumpe su desaparición si choca, se entrelaza, forma una unidad con la materia. No es  velocidad, no es espacio y tiempo, es tiempo y materia.
Palabras. Quizá lo más etéreo de la materia, quizá lo más material de lo intangible.
No sé esculpir ni pintar, construir ni fotografiar. Sólo se quedarme en alguna palabra u otra, que verdaderas o falsas, serán si son algo -dentro de un tiempo-, yo mismo.

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